Bajo el nombre "Nuestro futuro común" hace ya algunos años la Comisión
Brundtland produjo un informe que definió a la agricultura sustentable como aquella que
satisface las necesidades del presente sin comprometer las posibilidades de las generaciones
futuras.
El concepto, aunque general, está considerado como una de las aproximaciones
más certeras al complejo tema de lo que es, o no, sustentable en términos de
desarrollo y de producción de alimentos. La cosa se complica a medida que se profundiza
la definición, porque aparecen conceptos tales como el de preservar el medio ambiente (o
recuperarlo si ya está deteriorado), conservar los recursos productivos, responder a los
requerimientos sociales y mantener las empresas económicamente competitivas y
rentables. Todo esto, en forma indefinida.
Puede verse que la custión no es nada sencilla, particularmente si se procura pasar de la
teoría al muy concreto plano de la producción. Pero son interesantes los resultados
cuando, aplicando la ley de los contarios, se define a la agricultura no-sustentable (o
insustentable), que sería entonces aquella que satisface requerimientos actuales, pero a
costa de comprometer las posibilidades futuras.
Ateniéndonos a ese concepto es alarmante lo que se comprueba cuando se da un vistazo
a los que está sucediendo con la fertilización o, mejor dicho, la no
fertilización en nuestro país.
La agricultura se expandió explosivamente en nuestro territorio entre fines del siglo pasado
y las primeras décadas del actual, cuando las tierras eran tan vírgenes para las
siembras como pudieron ser los campos de Europa en tiempos del Imperio Romano. Y durante
largo tiempo la combinación de rotaciones entre agricultura y ganadería
atenuó la extracción de nutrientes.
Ya no poseemos aquella pampa finesecular y ubérrima, y la agriculturización de los
últimos lustros está operando como una poderosa bomba de succión sobre
la fertilidad del suelo.
Trabajos realizados por el Ing. Agr. Néstor Darwich (INTA Balcarce) han permitido ponerle
números a la cuestión:
- Un trigo de 33 quintales por hectárea extrae del suelo 74 Kg. de nitrógeno (N), y
sus restos devuelven 56 Kg. Balance: 18 Kg. menos.
- Un maíz de 62 qq/ha sacada de la tierra 105 Kg. de N. devolviendo 77. Balance: menos
28.
- El girasol es más discreto con respecto al nitrógeno: para un rinde de 20 qq/ha se
lleva 55 Kg. y devuelve 46: 9 kilos menos.
- En cambio, la vedette agrícola de los últimos años, la soja, es una terrible
extractora: alcanzar un rinde de 25 qq/ha implica sacar del suelo 145 Kg. de N,
devolviéndole sólo 60 vía rastrojo, ˇ85 Kg. de nitrógeno menos por
hectárea! żNo era que la soja es una leguminosa y fija nitrógeno en el suelo?.
Botánicamente esto no es exacto, pero sucede cuando se deja que la planta retorne
íntegramente a la tierra que le dió sustento. El problema es que los agricultores
tienen el hábito de llevarse los granos en la tolva y comercializarlos, y es en ellos donde se
va el nitrógeno.
Dejar las hectáreas individualmente consideradas y multiplicar por la producción,
brinda la dimensión nacional del problema. Según Darwich, sobre 18.000.000 de
hectáreas en la región pampeana y considerando los cinco cultivos extensivos
más importantes (girasol, trigo, maíz, soja y sorgo granífero) y una
producción global de 40.600.000 toneladas, en cada campaña estamos extrayendo del
suelos 1.200.000 tn. de nitrógeno, 167.000 de fósforo y 303.000 de potasio.
Vía fertilización, reponemos menos del 10% del N, menos del 20% del
fósforo y el 0% de potasio.
A medida que ese empobrecimiento mineral se profundice, menor eficiencia productiva
alcanzarán las explotaciones y mayor será el impacto negativo de los agentes
erosivos.
Somos, por lejos, el país agrícola que menos fertilizantes aplica, y nuestros 4 Kg.
por hectárea son verdaderas migajas comparados con los 730 de Holanda, los 380 de
Inglaterra, los 309 de Francia o los 92 de los Estados Unidos. Sólo Bolivia y Haití
aplican menos fertilizantes que nosotros en América latina.
Durante muchos años nos hemos enorgullecido de los bajos costos de nuestra producción
agrícola, mientras algunos europeos nos señalaban con zumbona mala intención y
una pizca de verdad que estábamos haciendo "dumping" con la fertilidad que la naturaleza
regaló a nuestro territorio.
No tenemos por qué caer en la exageración del Viejo Mundo, que vía
necesidad y vía subsidios convirtió los suelos en un sustrato químico, pero
a esta altura se hace necesario reponer como mínimo lo que extraemos, inclusive para
preservar el equilibrio de los ecosistemas. En casi todos los casos se trata de una cuestión
de información, puesto que fertilizar con eficiencia es por regla general altamente
ventajoso, y en otros, la cuestión pasa por la disponibilidad financiera. Ambos factores
tienen que ser modificados, y tanto el INTA como la actividad privada y las reparticiones oficiales
vinculadas al agro tienen un amplio espacio para accionar al respecto.
Si el programa no puede modificarse porque los números no dan, o porque a los
productores no les resulta sencillo darse cuenta, más adelante se verá. Pero
sepamos, en principio, que con sólo mirar lo que ocurre con la fertilización, la
agricultura que estamos practicando es decididamente in-sustentable.
Y que si seguimos empobreciendo la tierra, tarde o temprano empobreceremos nosotros.
"Todo lo que le ocura a la tierra le ocurrirá a los hijos de la tierra." (Jefe piel roja Seattle)