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Historia de Vida: Sr. Calixto Demetrio Valdéz
Don Calixto sólo pide que lo visiten

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Don Calixto Demetrio Valdéz es uno de los pocos seres humanos que puede jactarse de haber vivido en tres siglos distintos. En efecto, nació en La Florida, provincia de Tucumán, el 14 de octubre de 1900, último año del siglo XIX, y acaba de cumplir 101 años en el primero de los que componen este siglo XXI.
Hijo de padre criollo y madre española, Valdéz no atina a determinar las causas de su longevidad, que sobrellevaba gallardamente hasta hace pocos meses, cuando un desgraciado accidente lo envió a la silla de ruedas donde ahora transcurren sus días.


Para un hombre vital como siempre ha sido Don Calixto Demetrio Valdéz, esto constituye un verdadero suplicio, a tal punto que musita en voz baja “se que no está bien, pero a veces me atrevo a retarlo a Tata Dios por haberme mandado a esta silla, y le pido que para estar así, mejor sería que me lleve”.
Hay una sola cosa que este bravo y ahora muy delgado anciano que vive en la localidad de Los Pereyra, a 55 kilómetros de la capital tucumana, lamenta no haber hecho, y eso es el no haber aprendido a leer, “algo que me quitó alegría y posibilidades, hasta la oportunidad de hacer buenos negocios”.
Su prolongada existencia lo condenó no sólo a ver morir a los padres, sino también a algunos de sus hijos, algo que recuerda con los ojos llenos de lágrimas “no está bien que un hombre entierre a sus hijos, eso no debería ocurrir nunca”.

¿Cómo fue su niñez, don Calixto?.
Muy dura, desde que tengo uso de razón tuve que trabajar fuerte. Mi padre, Rosauro Valdéz, hachaba madera para hacer durmientes, pero muchas veces no trabajaba, y en la casa nada sobraba. Cuando yo era todavía muy chiquito, lo conchabaron para trabajar en Añatuya, y allí perdí a mi madre, una valenciana hermosa. Yo tenía 5 años pero todavía me acuerdo como si la estuviera viendo: estaba en la cama, nos mandó llamar a mí y a mi hermana Petrona, que tenía un año menos que yo. Puso la mano en mi cabeza y me dio la bendición, le dijo a mi hermana señalándome “cuidalo al Mochito” y se fue.
Mi abuelo nos trajo a mi y a mi hermana de nuevo a Tucumán, donde vivimos un tiempo con él, hasta que regresó mi padre. Petrona murió cuando tenía 11 años, y yo para entonces ya pelaba caña para el ingenio San Antonio, me pagaban entre 75 y 80 centavos por los 1.000 kilos, era una nada.
Tenía 15 años cuando me conchabaron con mi padre para ir a un obraje en General Pico, La Pampa.
Allí también se trataba de hachar leña para el ferrocarril y para barcos, era mucho trabajo pero pagaban mejor que la caña. No está bien que lo diga, pero yo era mucho más guapo que mi padre, a él no le gustaba el trabajo, y tomaba mucho. Entonces el que yugaba era yo, mientras el se quedaba en el rancho y hacía la comida. Allí estuvimos más de 7 años, hasta que volvimos a Tucumán, él unos meses antes que yo. Cuando llegué a Pavorena, un puesto de San Antonio de Ranchillos, me dí con que había vendido por nada unas tierras (6 hectáreas) que le había dejado el padre, y se había ido a Santiago.

¿Qué hizo entonces?.
¿Y qué voy a hacer? Lo mismo que había hecho hasta entonces, arreglármelas solo. Como nunca había aprendido a leer ni a escribir porque entonces no había escuela cerca, y no era como ahora, que se obliga a los chicos a estudiar el primario, lo único que podía hacer era dedicarme a pelar caña. Vea señor, dificulto que haya habido una persona tan trabajadora como yo, me iba a las colonias, donde me buscaban para carrero. En aquellos tiempos la caña se llevaba en carros tirados por bueyes o mulas, los administradores me querían, me ofrecieron trabajar en el ingenio, pero yo no acepté, me gustaba la libertad.

¿Y qué fue de la vida de su padre?.
Era muy pícaro el viejo (se ríe), no servía, hasta la fecha me enojo con él. Tomaba mucho, fumaba mucho, de trabajar, nada. Tuvo otra mujer, en fin, todas sus picardías, el haberme dejado solo, se lo perdoné. Murió en Los Ralos, me hicieron avisar que estaba enfermo, y apenas llegué se acabó en mis brazos llorando. Sí, lo lloré, después de todo era mi padre.

¿Cuándo y con quien se casó usted?.
Me casé en el puesto Pavarena a los 27 años, con una moza parienta mía, una prima, Jacinta Valdéz, con la que tuve dos hijos. Ella falleció 12 años después, también murieron mis dos hijos, un varón y una mujer. Al varón, hombre ya, me lo mató un auto cuando él iba en bicicleta, no hay justicia.
Después de años de viudez, me volví a casar, esta vez con una santiagueña, Sara Galván, que me dio cuatro hios, dos varones y dos hembras. Ella murió, pero mis hijos viven gracias a Dios, yo vivo en esta casa con una de mis hijas, Sara Esperanza. Ella es la que administra esto, mi casa y las 30 hectáreas donde se hace soja y caña, que al principio eran nada más que 12, el resto se las compré pedazo por pedazo a mis cuñados con el fruto de mi trabajo.

¿Cómo ha hecho don Calixto para llegar tan bien a esta edad?.
Ni yo entiendo como he vivido tanto, pero ahora no estoy nada bien, estoy muy mal, en esta maldita silla de ruedas. Fijese que yo hasta hace meses hacía de todo, hasta salía a machetear caña. Por ahí me enojo un poco con Dios, le pregunto ¿Para qué me has dejado aquí en la silla? mejor es que me llevés con vos. En cuanto a su pregunta, a lo mejor la respuesta es que nunca pesé más de 70 kilos, siempre comí de todo, lo que más me gustaba era el quirquincho al rescoldo, pero ahora me tienen a puro pollo nomás. Otra cosa: siempre fuí de estar tranquilo, contento, nunca me dejé ganar por la bronca.

Hasta ahora sólo habló de sus bondades, pero usted ¿no tenía vicios?.
Y... sí, me han gustado mucho el baile y la tabeada. Se bailaba mucho tango y vals, íbamos a las fiestas bien preparados, trajeados, el caballo bien ensillado, en cambio ahora los jóvenes se ponen cualquier cosa. También había mucho respeto, ahora la mujer busca al hombre, son medio descaradas.

¿Usted ve televisión, está enterado de la grave situación mundial que se vive?.
Sí, yo ví pasar las dos grandes guerras, pero esta de ahora es mucho peor. Me parece que vamos a sufrir mucho, no se en qué terminará, yo de seguro no voy a verlo, pero me deja triste pensar en toda la gente joven. Cuando yo era mozo, de la guerra del 14 sabíamos casi nada, porque eran muy poquitos los que sabían leer, pero siempre había alguien que explicaba qué es lo que pasaba.

¿Qué es la amistad para usted?.
Algo muy grande. Hay que ser buen vecino y mejor amigo. Ninguno de mis vecinos puede hablar mal de mí, al contrario, cada vez que pude hacer un favor lo hice.

¿Se arrepiente de algo?.
Creo que no. Lo único, no haber aprendido a leer y escribir. Pero siempre me he portado bien, con mis padres, con los hijos, con mis mujeres, jamás fui preso, eso hubiera sido la muerte, porque para mí lo más importante es la libertad.

Sin embargo... debe haber peleado más de una vez.
Nunca, aunque le parezca mentira. Me han insultado varias veces, usted sabe que no faltan los provocadores. De estar parado nomás frente al rancho, nunca faltaba alguno que pasaba “enfermo”, y empezaba a insultarlo a uno, a lo mejor por envidia. Nunca contesté. Era cuestión de esperar que se mejorara, entonces lo iba a ver, y le decía “ ahora me vas a avisar porqué me insultabas y qué te hice yo” Entonces decían no recordar nada, me pedían perdón. Yo salí más a mi madre, a la española, el criollo, no se porqué, era más peleador. Si todo es cuestión de pensarlo un poquito nomás. De pelear, a uno pueden meterlo preso o terminar herido o muerto, uno sabe cómo empiezan las peleas pero no cómo terminan, y ninguna de las dos cosas convienen, mejor es callarse.

¿Cómo fue el accidente que lo mandó a la silla de ruedas?.
Una tarde corrió un viento fuerte que me volteó la higuera, entonces me levanté y fui a componerla, cuando me dio un mareo, después más, entonces me apuré a pasar un alambre y me caí, iba a ser boca abajo, pero fue de costado. Desde entonces no puedo caminar porque me duele mucho la pierna izquierda, pero más me duele estar sentado.

El año pasado, para esta misma época le celebraron los 100 años, dicen que fue una fiesta muy linda...
Ah, sí. Había más de 200 personas, estaban todos mis hijos, nietos y bisnietos, también todos mis vecinos, se bailó hasta la madrugada, fue muy lindo, aunque claro, yo no pude bailar.

¿Le tiene miedo a la muerte?.
¡Pero no, por favor! Cuando uno es tan viejo como yo, somos casi amigos. ¿Sabe a qué le tengo miedo? A la soledad, al silencio. Por eso le agradezco que me haya venido a visitar, es bueno tener con quien hablar, no sabe cuánto de bueno es.¤

  
Por Ernesto Cepeda,
de Producción


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