Revista Producción
PRODUCCION Agroindustrial del NOA




CULTIVOS:
LA SOJA EN LA ARGENTINA

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China no está sola en su problemática alimentaria. La población de la India acaba de superar la barrera de los 1.000 millones de habitantes y está creciendo más rápido que China.
Junto al resto de los países asiáticos, concentran dos terceras partes de la población mundial y están en pleno desarrollo, lo que siguiendo la teoría de la transición dietética de Lester Brown implica crecientes necesidades de cereales forrajeros y harinas proteicas.
Concretamente, más maíz, sorgo, cebada y soja. Pero allí hay mucha gente y poca superficie.
En las antípodas, está Sudamérica. En especial Brasil y la Argentina, con una dotación de recursos excepcional.
A partir de la revolución tecnológica de la última década, la Argentina está alcanzando el nivel más alto del mundo en disponibilidad de granos per cápita: con 35 millones de habitantes, y cosechas de maíz y trigo de 30 millones de toneladas, está en casi una tonelada de cereales por habitante y por año. El promedio mundial es de 300 kilos. En el caso de la soja, la diferencia es impresionante: la producción es de 18 millones de toneladas, lo que da un per cápita de 500 kilos. El promedio mundial es de 26 kilos, con un crecimiento vertiginoso desde 1970.
Hace tres décadas, la soja era una curiosidad botánica. Hoy es el motor del Mercosur.
Es el tercer producto de exportación de Brasil (detrás del café y el azúcar) y el primero de la Argentina. En ambos países la mayor parte de la producción se orienta al mercado mundial, en el que cada vez tiene mayor peso el destino asiático.
La saga de la soja en los países de la región se inició en los 60. Desde entonces no cesó de crecer, motorizada por el crecimiento de una industria procesadora de última generación. La soja cubre ya ocho millones de hectáreas en la Argentina y casi 13 millones en el Brasil, donde la expansión sigue en los "Cerrados", abriendo tierras y creando ciudades.
El Mercosur es la única región del planeta con tierras disponibles para colonizar. Estados Unidos, que este año sembró 30 millones de hectáreas manteniendo el liderazgo mundial, sólo puede expandir el área sojera a expensas de otros cultivos.
Es lo que le pasa a China: le ha cedido espacio al maíz, y ahora tendrán una cosecha de casi un millón de toneladas menos que el año pasado.
El boom sojero se explica por la demanda creciente de sus dos grandes derivados: el aceite y la harina proteica.
Esta es insustituible para la producción de alimentos balanceados para todo tipo de animales. La transición dietética, de féculas y proteínas vegetales a proteínas animales, como explica Lester Brown, es la gran dinamizadora de esta demanda.
La soja es también una colonizadora tecnológica. En la Argentina ha impulsado el desarrollo de todas las nuevas alternativas productivas, contribuyendo a la mejora de la calidad de los suelos y del medio ambiente en general. Con ella llegó, a principios de los años 70, la primera generación de herbicidas preemergentes (encabezados por el legendario Treflán). Pero los sistemas de laboreo vigentes eran erosivos, y ello estimuló la búsqueda de alternativas sustentables.
Cuando a principios de los 80 se empezó a hablar de siembra directa, la soja abrió el camino. No existía la posibilidad de utilizar los herbicidas disponibles en Estados Unidos, por la vigencia de las retenciones y los altos derechos aduaneros.
Igual se avanzó gracias a los desarrollos locales, como la "cultisembradora" que fabricaba el ingeniero Ricardo Baumer en Pergamino.
En los 90, cuando la convertibilidad terminó con las retenciones y se abarataron los herbicidas, vino la explosión de la siembra directa.
Hoy, la mayor parte de la soja se realiza con este sistema. La llegada de las semillas mejoradas genéticamente, con resistencia a herbicidas, acentuó la tendencia, bajando costos y permitiendo que continúe la expansión aun a pesar de la caída de los precios internacionales.
Pero no todo es color de rosa. En estos momentos, la política de Estados Unidos apunta a frenar este crecimiento, estimulando artificialmente la siembra en su país.
Y China, que necesita seguir importando, quiere comprar semilla y no pellets de harina, lo que implica la pérdida de valor agregado en la Argentina.

Fuente: Clarín Rural
Edición digital


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